compartir lo infinito

Sacar a pasear al perro y fumar un cigarro con la luna brillante en el cielo acompañándonos un rato; como siempre todos los días. Es un lindo hábito, salir a caminar. No tanto el cigarro, pero la luna es algo hermoso. El perro también pero a veces muy inquieto y a veces muy quedado. Como todos, bah.
Por la vereda de en frente pasa un nene caminando, medio trotando, casi saltando; con una linterna alumbrando hacia delante y tal vez hacia el piso en esos momentos en que el cuerpito se le iba de la emoción. Quién sabe qué andaba buscando en su propia imaginación. Seguro lo encontró. Linda etapa la infancia si sabemos aprovecharla, si nos la dejan aprovechar. Creo que no hay que llenar la cabeza de cosas inútiles que sólo agregan peso a algo que tal vez, a veces, cuesta llevar de por sí; que no hay que pensar demasiado en la batería de la linterna porque en realidad es algo lindo usarla en la calle para alumbrar el piso cada tanto mientras alguien de pelo verde pasea a su perro por la vereda de en frente pero yo no lo noto porque estoy en la búsqueda del tipo que está a la vuelta de la esquina y quizá nunca vea pero sé que lo voy a encontrar, por qué? Tengo una linterna, no me preguntes por qué.
Es linda la soltura, digamos. Andar suelto por la vida sabiendo que, a bien o mal, lo que hice lo disfruté, que la gente va y viene pero la que vino y se quedó un ratito más era esa que me gustaba y me hacía ser un poco más yo porque ellos eran, en síntesis, un poco de mí, y yo un poco de ellos.
Así que seguí caminando porque el perro inquieto me llevaba. Bah, qué exageración. Digamos también que una bola de pelos de cinco kilos no lleva a nadie a ningún lado, sólo por ternura es posible. Pero daba vuuueeeltas por todos lados, me rodeaba a mí mientras yo fumaba y lo miraba, y miraba también al otro nene que estaba con quien presumo era su hermano detective linterna en mano; aunque este nene no tenía una y no se lo veía tan suelto y presumido de su profesión. Este, más grandecito, llevaba algo así como una lámpara. No sé bien qué era, no me pregunten mucho, pero era como una caja de madera con dibujos calados y una luz en el interior; entonces por los huecos de la madera la luz salía, tenue y suavecita, casi imperceptible pero a la vez muy agradable. Caminaba tranquilo, medio envidioso del otro que podía corretear en busca de algo con su luz un poco más servicial, pero también lo disfrutaba, de la mano de su madre quien los observaba. Ella sí me observó, con mi pelo verde y mi cigarro, y mi perro de cinco kilos aproximadamente.
Y el correteo del primero los llevó a algún lado mientras tanto. Así que seguí caminando, doblé en la esquina a la derecha y caminé tranquila una cuadra más. En el trayecto me hablaron un par de tipos, siempre del perro; que si tenía un papel en la boca y que si era inquieto porque los perros así son muy hiperactivos y que por eso prefiero a mi perro que es un pitbul. Hermosa raza, debo decir, aunque aclaro que todos los perros son hermosos con esa alegría tan animal que tienen. Volví por la otra vereda, para variar. Y a veinte metros de mi puerta los vi de nuevo, al de la lámpara y al de la linterna, y a la madre que observaba.
Será que un poco todos necesitamos salir a dar unas vueltas para que las vueltas nos dejen de dar a nosotros, no? Yo creo que sí. Son divertidas las linternas, sin más. Pero preferiría la lámpara, si es que se llama así. Me gustaría también hacer una.
De modo que entré a mi casa y charlé con mi vieja un rato. Pocas veces me siento en deuda con la gente, y podría enumerar ahora mismo a un par de personas que creo no les entregué lo suficiente, pero la lista estaría encabezada por mis viejos. Los dos. Porque, bueno, creo que hay muchas cosas que aprendí de ellos; desde rasgos y actitudes que supe distinguir como cosas que no quiero repetir o apropiarme hasta gestos que sé llevaría conmigo por la vida como herramienta fundamental. Y, además, cuesta un poco llenar esas bolsas de expectativas que vienen tan infladas. No es mi responsabilidad, pero qué dolor decepcionar a la gente que tanto amás.
Me batí un café. Santo remedio. Mientras tanto hablábamos de recuerdos del sur, mermelada de rosa mosqueta y cubanitos con chocolate. Hermosos lugares hay. Esa es una herramienta: saber apreciar. Dicen que el sufrimiento es lo que nos hace crecer pero personalmente le doy crédito al disfrute también, son cosas que van de la mano. Yo sufrí y también disfruté mucho y creo que entonces conocí el equilibrio y un poco el respeto. Hay cosas que no podemos evitar pero sufrir es una opción, algo que decidimos, algo que depende del punto de vista que elijamos, dónde nos paramos y hacia dónde caminamos. Y el respeto también es un poco eso, conocernos y saber que tenemos derecho a sufrir pero también a disfrutar, por nosotros mismos como personas que somos.
Algo que me dejó ver el disfrute, también, es que no hay que atarse a nada. A nada. Porque las cosas fluyen como tienen que ser y hay que disfrutarlas así, apreciarlas; no hay que manchar lo lindo con el compromiso, no hay que encadenarnos a algo sólo porque nos hace sentir bien, sino nos empieza a hacer mal tan sólo la idea de que eso nos maneje a su antojo. Y así con la gente.
Quiero volver al sur. Y se lo dije, a mi vieja linda; "algún día voy a volver a ese lugar" y me contestó algo que me llenó el alma un poquito más: espero que así sea. Entonces me di cuenta de algo importante. Qué distintas son las expectativas de las esperanzas. No sé cómo definirlo, pero digamos que me refiero a expectativas como a eso que los demás esperan que uno cumpla para que todo esté bien, para que yo sea yo como ellos querían que lo fuera; y las esperanzas las definiría como algo que la gente espera pero a bien, algo que saben que sos capaz de hacer, como olfateando tu capacidad de ir más allá. Y eso es bueno: que los demás estén seguros de que podés más, de que vas a ir más allá a tu antojo y por tu elección. Es algo precioso.
Qué hermoso es pensar. Sumergirse en la mente, dejarse llevar por todo lo que ronda por ahí. Tengo la idea de que la mente es infinita y nosotros percibimos tan sólo una partecita. Uff, creo que tenemos más capacidad de la que llegaríamos a entender a veces. También es muy linda la gente que te invita a pensar con ella, que te salpica con el agua de su fuente. Compartir ideas, intercambiar pequeños momentos del hilo del pensamiento, o tal vez pensamientos rebuscados que tenemos estancados hace años. Compartir.

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