[Im]perfecciones - i

Dentro de su casa, ajena al caos externo, Alma despertaba en su cama. Luego de meditar sobre el día rutinario que le esperaba se levantó, se vistió y desayunó como solía hacer diariamente. Se preparó, tomó un abrigo y un bolso y se dispuso a salir. Ojalá hubiera sido tan fácil como eso. Con el picaporte bajo su mano, teniendo el metal al contacto de su palma, dudó. ¿Realmente quería salir? Es decir, realmente…  ¿Necesitaba salir? Evidentemente no lo quería así. Con tan sólo una puerta de madera separándola del exterior, se preparó mentalmente, abrió la pesada puerta y se dirigió a la calle. El barullo, la gente, los conflictos; nada de eso le atraía.
Su psicóloga decía que Alma era incapaz de entender ciertos filtros sociales, por eso le resultaba difícil establecer ciertas relaciones. Ella, por su parte, se encontraba mejor estando sola; su escudo era la soledad. ¿Qué se puede perder si no se tiene nada? Hallaba cierta paz en la tranquilidad del aislamiento, no le gustaba para nada la idea de alguien entrando en, lo que para ella era, su mundo; su espacio era único y prefería que siguiera siéndolo, para ella y nadie más. No soportaba la idea de las decepciones, por eso no esperaba mucho de la gente; pero aún más aborrecía la idea de decepcionar o lastimar a los demás, lo cual era también explicación de su tendencia a estar sola.
Caminando a paso firme, como solía hacer cada semana, se dirigió al consultorio. No le importó el frío, disfrutaba de caminar, observar y sentir, ver el cielo y los árboles. Era amante del arte y veía eso como un estilo de vida, no podía caminar por la calle sin imaginar el plano de una foto, el enfoque, la luz, etc.; su disciplina favorita era la fotografía, mediante la cual tenía la capacidad de plasmar lo que veía, la magia de cada momento, y guardarla.
Luego de unas cuantas cuadras, con las orejas y la nariz frías y rojas por el viento leve pero fresco, llegó. Le bastó con apoyar suavemente el pulgar sobre el timbre del portero eléctrico para que, medio minuto después, una voz se dirigiera a ella sin saber quién era.

- Consultorio… - la voz, ajena pero conocida, de una mujer, salió del aparato de manera casi mecánica.
- Hola, soy Alma - era un intercambio habitual -. Para María.
- Ah, sí. Ya te abro - se escuchó un timbre, Alma apoyó la palma de su mano sobre la gruesa madera de la puerta y, tras la presión ejercida, esta se abrió frente a ella.
Seguida de la puerta, una escalera de cemento y cerámicos se elevaba hacia lo que no era un consultorio muy común. Uno imagina, tras dicho término, una recepción con una secretaria un tanto antipática que trabaja allí por una cuestión de dinero. Éste, más bien, era un ambiente bastante familiar; por supuesto que se mantenía una relación profesional entre paciente y psicóloga, pero se caracterizaba por su comodidad.
A la izquierda del final de la escalera estaba la puerta por la cual pasaba a una habitación donde solía esperar a María. Allí había un par de sillones, juegos y juguetes para niños. Se sentó y se entretuvo unos instantes con una muñeca que había por ahí, hasta que la psicóloga llegó. Se dirigieron a otra habitación, un tanto más fría en apariencia, y comenzaron una conversación.
- Te noto algo decaída- dijo la doctora, instantes después de comenzar a charlar-. ¿Estás bien?
- Sí, dentro de todo sí. Es que no estoy durmiendo bien.
- ¿Si? - se extrañó - No me habías  comentado eso.
- Es que empezó hace un par de semanas y no pensé que fuera a durar, pero sí. Capaz se va, quién sabe - no estaba bien.
- Y más allá de eso… ¿Vos estás bien con tus cosas? - María la notaba angustiada.
- Sí… nada fuera de lo normal.
La charla continuó con regularidad.

Dos horas más tarde Alma estaba en su casa, estudiando.
"Frente a la infinitud e inabarcable complejidad de la realidad, frente al misterio que late en todas las cosas y en especial en la vida humana y en su destino, todo lo que el hombre pueda saber es siempre, por su finitud irremediable, casi nada; el hombre es profundamente ignorante de los más grandes problemas que lo conmueven, las grandes cuestiones de su destino y del sentido del mundo."
Le agradaba la filosofía y más la idea del infinito, de que el universo no tiene fin pero nosotros, totalmente pequeños ante tanta inmensidad, sí.
"Por lo común, más que realizar personalmente sus existencias, los hombres se dejan vivir, se dejan arrastrar por la masa de la vida, por las opiniones hechas, por lo que «la gente» dice o hace"
Transcribió esas palabras, las resaltó con celeste y siguió leyendo. Así, entre otras banalidades, transcurrió su día. Era lo común, los lunes a la mañana iba a su cita en el consultorio y, de martes a viernes, cursaba en la UBA; para lo cual realizaba un viaje de hora y media en tren y subte. Lo disfrutaba.

Esa noche durmió, con la misma dificultad que venía experimentando hacía dos semanas; inquieta, dando vueltas en la cama medio dormida y medio despierta. Se despertó a las seis de la mañana, se duchó, se vistió, desayunó y partió a la estación de la línea Urquiza. A las siete estaba esperando el tren.

En el extremo del andén, miró fijamente hacia la vía. Le resultó curioso el hecho de que no debía ser la primera - y seguramente no sería la última - persona que pensara en acabar su vida de manera tan trágica y conflictiva, generando tanto alboroto por algo tan minúsculo como su vida. Su mente se concentró en algo que mantenía sus pensamientos ocupados hacía tiempo: no le veía sentido a su vida. Se sentía inútil frente al hecho de que la vida como se la conoce continuaría igual con o sin ella; pero a su vez eso le quitaba un peso de encima, el saber que no tenía importancia su desaparición física.

El ruido de las campanas que avisaban la pronta llegada de la unidad del ferrocarril la sacó, de un tirón, de sus pensamientos. Pero no fue suficiente para rechazar la atracción que estaba sintiendo hacia el fin… ya no estaba en el andén.
Ocurrió todo extremadamente rápido, como es de esperarse, pero en su cabeza sentía repetirse cada momento en la que su vulnerabilidad se quebró, tanto psíquica como físicamente.

- La vida es, ante todo, frágil –suspiró, muerta-.

Entradas populares

Lucha colectiva.

compartir lo infinito

old

21/02/2013

x

inconcluso