¿tiempo al miedo? ¿miedo al tiempo?
La certeza no es lo mío. Tampoco la seguridad, el autoestima. Soy jodida en muchos sentidos pero si hay algo de lo que, por lo menos hoy, estoy un poco segura es que me entregué al miedo. Me sumergí, me sumí en una laguna bien fría en la que había volcado todos mis miedos: mi miedo a la soledad, mi miedo a no estar tan sola como creía, mi miedo a necesitar(te), mi miedo a no ser suficiente para mí misma, etc.
Aprendí a nadar, con el tiempo uno se acostumbra a las cosas; tanto a lo que nos hace bien como a lo que nos destruye. Y así vivimos: entre tanto dolor y tanta pena vivimos, remamos, pensamos que dejamos de lado esas mochilas tan pesadas llenas de resignación pero lo único que hacemos es arrastrarlas; llevarlas con nosotros a donde sea que vayamos. Es así que un día nos sentimos vencidos y sin darnos cuenta lloramos, lloramos por cualquier cosa: ya sea una taza de té volcada como el frío matutino; siempre encontramos una razón secundaria -una excusa- para pensar que en realidad no es eso que nos persigue hace años, sino una tontería que nos agarró desprevenidos.
Tampoco es que un día decidí sentarme a escribir sobre el dolor, no creo que sea un tema que interese mucho, verdad? Si lo que gana, lo que vende es el amor. El desamor es para los despechados que piensan que la vida siempre es más dura de lo que nos gustaría. Un poco es así, debo decir; pero por otro lado empecé a creer que la vida es lo que hacemos con ella. Nacemos con herramientas, con un cuerpo y con un yo. De ahí en más, queda todo a nuestro alcance y la decisión es nuestra. Y no hay peor error que dejarse estar ante el dolor.
Otro miedo más para la lista de éxitos: decidir. ¿Qué puede costar más que hacernos cargo de nuestras propias decisiones? Elegir, asumir responsabilidades. Hacer nuestro propio camino, ponerle nuestro nombre y admitir que nuestros errores son -nada más y nada menos- nuestros.
Aprendí a nadar, con el tiempo uno se acostumbra a las cosas; tanto a lo que nos hace bien como a lo que nos destruye. Y así vivimos: entre tanto dolor y tanta pena vivimos, remamos, pensamos que dejamos de lado esas mochilas tan pesadas llenas de resignación pero lo único que hacemos es arrastrarlas; llevarlas con nosotros a donde sea que vayamos. Es así que un día nos sentimos vencidos y sin darnos cuenta lloramos, lloramos por cualquier cosa: ya sea una taza de té volcada como el frío matutino; siempre encontramos una razón secundaria -una excusa- para pensar que en realidad no es eso que nos persigue hace años, sino una tontería que nos agarró desprevenidos.
Tampoco es que un día decidí sentarme a escribir sobre el dolor, no creo que sea un tema que interese mucho, verdad? Si lo que gana, lo que vende es el amor. El desamor es para los despechados que piensan que la vida siempre es más dura de lo que nos gustaría. Un poco es así, debo decir; pero por otro lado empecé a creer que la vida es lo que hacemos con ella. Nacemos con herramientas, con un cuerpo y con un yo. De ahí en más, queda todo a nuestro alcance y la decisión es nuestra. Y no hay peor error que dejarse estar ante el dolor.
Otro miedo más para la lista de éxitos: decidir. ¿Qué puede costar más que hacernos cargo de nuestras propias decisiones? Elegir, asumir responsabilidades. Hacer nuestro propio camino, ponerle nuestro nombre y admitir que nuestros errores son -nada más y nada menos- nuestros.