dependencia emocional
Acá estamos, otra vez. Donde tanto te gusta venir, y como siempre... de manera inesperada. Nunca lo planeamos (al menos yo no), pero siempre es un placer verte de nuevo; que me tomes la mano con la firmeza que te caracteriza, que te apoderes de mí con esa fuerza que me inhibe.
Quizás para muchos no sea romántico. He de admitir que, para mí, tampoco lo es; pero a tu disfrute se vuelve algo rosado, al oír tu risa tan aguda se me eriza la piel. Nada de esto es bueno para mí, ya sabemos los dos, pero te ves tan extasiada cuando finalmente me hundo en el agua del estanque, tan fría y tan oscura. Todo sea por verte, una vez más, sumida en tanta felicidad.
Ambos sabemos que nunca fui de la gente a la que le gusta pertenecer. Es algo tan frágil. ¿Cuántos realmente disfrutan lo que hacen? No me gustaría convertirme en el resultado de un contexto social, sumergirme en falsos placeres a la par de gente que tampoco disfruta, sólo para demostrar que soy uno más de aquellos que se creen originales y simplemente obedecen los inconscientes mandatos colectivos. Es algo cultural. Y sin embargo siempre me encuentro en esa disyuntiva: ¿soy lo que quisiera ser o sólo soy algo en lo que supe convertirme a través de los demás?
Es un largo camino el de conocerse, y más aún el de conocerse sin juzgarse. Lo sé, te resulta un discurso muy vago y tenés muchas críticas por hacer. Convivo con vos, te conozco. Pero es esto lo que soy, una simple desgraciada que sienta su cuerpo a escribir torpes ideas que salen alborotadas, y es por eso que siempre me agarrás la mano y me sacás de acá. Sin embargo, no me queda otra alternativa que darte a conocer lo que realmente hacés. Sólo me lastimás. Me hundís, cada vez menos a medida que sé soltarte la mano.
¿Cómo hacerte entender? Si el despertarme a tu lado no hace más que pausar mis ritmos, destruir mi rutina. Si amanezco y te siento muy dentro mío, en mi pecho, con el peso suficiente como para no dejarme mover. Para volverme una estúpida con el alma caída, sin mente.
Quizás para muchos no sea romántico. He de admitir que, para mí, tampoco lo es; pero a tu disfrute se vuelve algo rosado, al oír tu risa tan aguda se me eriza la piel. Nada de esto es bueno para mí, ya sabemos los dos, pero te ves tan extasiada cuando finalmente me hundo en el agua del estanque, tan fría y tan oscura. Todo sea por verte, una vez más, sumida en tanta felicidad.
Ambos sabemos que nunca fui de la gente a la que le gusta pertenecer. Es algo tan frágil. ¿Cuántos realmente disfrutan lo que hacen? No me gustaría convertirme en el resultado de un contexto social, sumergirme en falsos placeres a la par de gente que tampoco disfruta, sólo para demostrar que soy uno más de aquellos que se creen originales y simplemente obedecen los inconscientes mandatos colectivos. Es algo cultural. Y sin embargo siempre me encuentro en esa disyuntiva: ¿soy lo que quisiera ser o sólo soy algo en lo que supe convertirme a través de los demás?
Es un largo camino el de conocerse, y más aún el de conocerse sin juzgarse. Lo sé, te resulta un discurso muy vago y tenés muchas críticas por hacer. Convivo con vos, te conozco. Pero es esto lo que soy, una simple desgraciada que sienta su cuerpo a escribir torpes ideas que salen alborotadas, y es por eso que siempre me agarrás la mano y me sacás de acá. Sin embargo, no me queda otra alternativa que darte a conocer lo que realmente hacés. Sólo me lastimás. Me hundís, cada vez menos a medida que sé soltarte la mano.
¿Cómo hacerte entender? Si el despertarme a tu lado no hace más que pausar mis ritmos, destruir mi rutina. Si amanezco y te siento muy dentro mío, en mi pecho, con el peso suficiente como para no dejarme mover. Para volverme una estúpida con el alma caída, sin mente.