Cómo reconocer a un mentiroso
No caigas en la trampa de la mediocridad, en la caricia de la ignorancia; nunca creas a quien te dice que no hace falta leer para poder crecer, que no sirve de nada conocer el lenguaje.
No te atrevas a hacerle caso, porque suena bien la idea de que todo se resume a la simpleza pero como toda mentira suena bastante bien y escapa a una cualidad: no es verdad. Quien te diga que son simples el amor, la familia, el dinero, la política y la mentira, sólo te quiere estafar. Y cuando escuches al otro decir que simpatía y empatía son sinónimos, que las tildes no han de importar, que todas las palabras dan igual, quiero que pienses. Nada más que pensar es lo que hace falta, pensar que quizás la profundidad de los grandes discursos nace de grandes oradores que supieron con fluidez enamorar a sus oyentes, o tal vez mentirles ya que los grandes mentirosos también manejan grandes lenguas.
Es que para tener poder sólo hace falta saber hablar, saber manejar un lenguaje; no es coincidencia que los poderosos destruyan la educación. ¿De qué me sirve alguien que realmente sabe leer, más allá de las líneas? ¿De qué me sirve alguien que comprenda, alguien que aprehenda?
He llegado a la conclusión de que para reconocer la mentira -y al mentiroso- sólo hay que saber leer, leer seguro, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, leer en voz alta y recitar, leer poesía y leer el diario; leer a quien quieras mientras te atrevas a leer, mientras te abras al lenguaje, mientras descubras que quizás cada palabra se inventó para reflejar algo, cada una con un significado distinto, cada una intentando representar todo eso que quien no sabe hablar no pudo describir.
¿De qué me sirve alguien que reconozca la mentira si yo quiero mentir?
No te atrevas a hacerle caso, porque suena bien la idea de que todo se resume a la simpleza pero como toda mentira suena bastante bien y escapa a una cualidad: no es verdad. Quien te diga que son simples el amor, la familia, el dinero, la política y la mentira, sólo te quiere estafar. Y cuando escuches al otro decir que simpatía y empatía son sinónimos, que las tildes no han de importar, que todas las palabras dan igual, quiero que pienses. Nada más que pensar es lo que hace falta, pensar que quizás la profundidad de los grandes discursos nace de grandes oradores que supieron con fluidez enamorar a sus oyentes, o tal vez mentirles ya que los grandes mentirosos también manejan grandes lenguas.
Es que para tener poder sólo hace falta saber hablar, saber manejar un lenguaje; no es coincidencia que los poderosos destruyan la educación. ¿De qué me sirve alguien que realmente sabe leer, más allá de las líneas? ¿De qué me sirve alguien que comprenda, alguien que aprehenda?
He llegado a la conclusión de que para reconocer la mentira -y al mentiroso- sólo hay que saber leer, leer seguro, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, leer en voz alta y recitar, leer poesía y leer el diario; leer a quien quieras mientras te atrevas a leer, mientras te abras al lenguaje, mientras descubras que quizás cada palabra se inventó para reflejar algo, cada una con un significado distinto, cada una intentando representar todo eso que quien no sabe hablar no pudo describir.
¿De qué me sirve alguien que reconozca la mentira si yo quiero mentir?