Ni así, ni asá.

 Pensé, mientras caminaba por Callao, que quizás nuestras relaciones con los cigarros sean las más puras y honestas que tengamos en la vida. Nunca se sabe, no? Pero digamos que apenas los encendemos sabemos lo que estamos consumiendo: algo que nos hace mal pero que nos promete (efectivamente, lo cumple) satisfacción tan sólo momentánea; quizás duren dos minutos, un poco más o un poco menos, pero en ese lapso de tiempo sabemos que nuestra ansiedad se calmará.. En fin.  Consumimos algo que nos calma por un tiempo sabiendo que a la larga nos destruye. Pero lo sabemos, sabemos cuánto dura y sabemos que termina. Allí no existe la mentira, y contiene también el bonus de la elección: estamos eligiendo hacernos daño, nosotros mismos. 
 Así que, sí. Iba caminando y fumando por la vereda tan transitada cuando, entre pitadas y tipos trajeados que pasaban con el tiempo y la distancia, me asusté. Entre las nimiedades que suelen incomodarme se encuentran: las polillas, el sonido de un metal "rasguñando" otro metal, la gente que se me asoma por encima del hombro mientras escribo o lo que sea que esté haciendo, y recientemente agregadas a la lista se encuentran las mariposas, entre otras cosas que no logro recordar ahora mismo. Es curioso, en realidad, porque tengo un pequeño enamoramiento por ellas; es decir, son hermosas, tienen algo único. Pero hace poco tiempo, no tengo idea del por qué, me provocan escalofríos cuando veo la textura de sus alas. 
 Y, en ese momento, no supe si mirarla fijamente o no. No me fue posible, claro, con tanta gente alrededor y tanto movimiento pero al final pude divisarla por lo que creo que fueron tres segundos; o cinco minutos, a lo sumo. Esquivaba un puesto de diarios cuando me tomé de la mano a mí misma.
 Y las dos lo vimos. Vimos como la criaturita de no más de diez centímetros avanzaba, abriendo y cerrando las alitas periódicamente. Y subía, y bajaba. Volaba.
- Debe ser hermoso poder volar así - me dije, a mí misma, a mi otra yo. A la yo chiquita.
- No sé qué tanto, le deben pesar los bracitos de tanto tenerlos abiertos - creo que, a veces, puedo ser bastante tonta.
- ¿Qué bracitos? Tienen alas.
- Bueno, igual. Debe ser exhaustivo estar todo el día sosteniéndose a uno mismo con alas o lo que sea. 
- No, no creo. Osea, son mariposas, están hechas para eso, para volar.
- ¿Por eso tienen alas y no brazos?
 No respondí. Ya sabía la respuesta. Pero insistió:
- Y nosotros los humanos, para qué estamos hechos? Digo, para qué son los brazos? ¿Y por qué no tenemos alas?
 Y fue uno de esos momentos. En la esquina de Callao y Corrientes, me di cuenta de que hay cosas que a veces, sólo a veces, no me puedo responder. Pero es bueno, es una caricia al alma caminar de la mano con uno mismo; cada tanto, no siempre, porque uno le toma el gusto y entonces se acostumbra a dar por sentado que sabemos las respuestas que en realidad no sabemos, y nos aferramos a esa estupidez de que hay cosas que no hace falta contestar.

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