atajo.
Caminábamos por aquella calle hasta llegar a la extensa escalera en la que siempre te tomaba la mano, para bajar juntos. Para sostenerte si te caías o, en cualquier caso, caerme con vos. Qué fácil era todo, pisada tras pisada, podríamos haber tardado una hora en descender. Realmente no sé en cuánto tiempo finalizábamos nuestra pequeña travesía, pero la realizábamos con placer. Sé que sí. Sé por el calor de tu mano que no era cualquier aventura, sino una aventura real.
{me pregunto si seré capaz de creer
con esa fuerza, otra vez}
A veces, reíamos juntos y amagábamos a tropezar. Otras veces, te adelantabas, con ese aire de enojo, con tus bracitos cruzados y pisando con fuerza. Y entonces me daba cuenta de lo increíble que es amar a alguien, hasta en momentos tan absurdos. Inclusive recuerdo algunas veces que nos costaba continuar porque no queríamos despegar nuestros cuerpos, deshacer ese abrazo, alejarnos para no caer.
{también me gustaría saber cómo
es posible amar así}
Quizás nunca lo sepas, pero también me gustaba que te enojaras, que estuvieras dos escalones adelantada y así poder observarte, tatuarte en mi mente. Nunca me habría cansado de profundizar en tu cuerpo, conocer cada detalle, de cerca y de lejos. Recuerdo, también, aquella ocasión en la que en medio de uno de tus disgustos, decidí fingir para empeorar tu humor, sólo por diversión.
- Creo que se me cayó la billetera - te miré y me di vuelta, me dispuse a subir las escaleras rápidamente y esperé escucharte subir.
Soñé dos segundos con la idea de darme la vuelta y verte ahí, de brazos cruzados, al final de los escalones. Bellísima, con tus aires tan distintos de enojo que se convertían fácilmente en esa alegría tan tuya. Pero no sucedió, esta vez no iba a convertirse. Te vi yéndote, dándome la espalda. Y esa fue la primera vez que bajé sin vos, aquellas escaleras sin vos.
{la soledad ya no es la misma,
no después del amor}
Con el tiempo me acostumbré. Está claro que no iba a morir, aunque así lo sentí en algunas ocasiones. Es más fría la piedra de aquel suelo si no tengo tu mano en la mía. Ahora me atropello con mi cuerpo, buscando ser más ágil consigo más torpeza, y cuando trato de cruzar velozmente aquel tramo de la vida, los escalones se vuelven precipicios. Sólo las evito, busco otro camino. Aunque, sinceramente, cada tanto me gusta adentrarme en ese dolor, juego con la idea y la imposibilidad de encontrarte; con tus bracitos cruzados, con tu risa, encontrar el dibujo de tus líneas, acercarme otra vez a esa calidez y fundirme con vos, en vos.