7 diciembre 2014
Cuántas veces habré sido partícipe de la típica mentira del llanto sin razón. Sin sentido alguno, sin más que decir, la respuesta tan simple como un "no pasa nada". La angustia nace y crece, nace y se vuelve parte de uno porque nace dentro de cada cual.
Y esta angustia nació hace tiempo atrás, pero debo admitir que ha tardado lo que ha querido en hacerse lágrima.
Será.. Quiero decir: debe ser. Debe ser que aprendemos con el tiempo a ignorar lo que no nos sirve. Yo ignoré esto, esta tristeza que a ningún lado me llevaba. Quizás por capricho, por no saber superar, por no querer afrontar. Será.
La basura se descompone, y la tristeza? No sé. No sé qué pasa cuando la empezamos a acumular en el patio de nuestra mente, o nuestro corazón. Tampoco sé, verán, dónde se acumula. Sólo sé que existe.
No, no la veo, pero la siento. Duele. No, no es dolor físico, es como el cansancio. Es como vivir. Vivir sin vivir.
Sin embargo, no escribo esto para explicar cómo se siente. Si sabrán ustedes cuál es ese sabor amargo. Deberían saber, todos alguna vez deberíamos estar dolidos; creo que es la única forma de saber cuándo no lo estamos. Pero escribo esto por distintas razones: me encuentro incapaz de dejar fluir esto de otra forma y, por otro lado, creo que el arte es verdadero cuando encierra sentimiento alguno. Este es un sentimiento, quiero decir: yo estoy sintiendo. Y así como siento, escribo.
No piensen que este texto lleva a algún lado, que contaré mi historia llena de desilusiones adolescentes relacionadas al amor y a la soledad. Este texto es, en sí, soledad; pero no trata de eso. Sólo conlleva el tratamiento de la idea del dolor.
Quizás -casi seguro- suene absurdo, extraño. La vida es así, absurda. No lo digo yo, lo vivimos todos. ¿Acaso nunca te encontraste solo en tu habitación mirando el techo y meditaste acerca de lo absurdo de tu situación? ¿Nunca te sentiste extraño?
Si ninguna de las escenas que acabo de plantear han sido protagonizadas por tu persona, lamento informarte: no es esto que escribo algo que pueda llegar a usted. Me di el placer de tutearlo pero la sola idea de que no haya vivido algo así me asquea al punto de sentirme ajeno totalmente a su persona.
Sin embargo, me gustaría decirle que está viviendo en una mentira. Sí, tómeme en serio. Si nunca ha sufrido lo cotidiano y lo absurdo, si nunca se ha sentido extraño, déjeme decirle que su vida es un fiasco.