¿...Esponjas?
¿Alguna vez se te cruzó por la mente la estúpida idea de que somos esponjas? Porque a mí sí. Y es que tal vez lo seamos, esponjas que absorben y absorben cuando tienen el alma intacta, y una vez que se dañaron empezaron a ceder, a envejecer y dejar de absorber. Así somos, un poco. Suena raro, lo sé.
Es posible que no concuerdes, pero dejame planteártelo así: Cada hecho que vivimos pasa a formar parte de nosotros, como células de nuestro organismo. Sí, tenemos un cuerpo, pero además una mente y un alma, que se alimentan de nuestras vivencias y nuestros sentimientos. Puedo asegurarte que cuando la conocí, algo nuevo nació en mí.
No duró mucho, es cierto. Pero duró lo que tuvo que durar, o eso me gusta creer. Fue un chubasco tan escaso y asqueroso, una humedad repentina en un día soleado. Y me encantó. Mi punto es que cuando ella llegó a mi vida, yo ya no era yo, era una yo nueva... Algo había pasado, algo se había sumado a mí aún sin completarme. Descubrí un recoveco de mi mente, una parte de mi alma que no conocía. Y cuando se fue, realmente no supe bien qué hacer. Toda mi capacidad de absorber se había ido, porque hasta la última gota era de su autoría, y esta esponja ya no quería probar otra cosa. Entonces me di cuenta, había ido hasta la cima y sólo me quedaba bajar, porque no era ese mi lugar.
Es realmente curioso. No somos esponjas, somos personas. Y todo el tiempo buscamos metáforas para poder decir lo que sentimos. Pero las esponjas no sienten, y yo sentí mucho. Lo sigo haciendo. Y esa es la cuestión, nunca quise admitir todo lo que mi pecho gritaba mientras yo callaba, cómo mi corazón galopaba mientras yo estaba inmóvil, mi mente gruñía y mi alma sonreía. ¿Y yo? Nada, porque creía que era una esponja.. y vaya cosa rara sería ver una esponja hablando de sus emociones, llorando y absorbiendo sus lágrimas. Un poco así fue, también, me tragué todo mi sufrir y todo mi amar.
Será que el miedo nos limita, un poco bastante... Que nos entregamos tan de lleno a la posibilidad de que las cosas no sean como soñamos, como creemos que deberían ser para que nosotros seamos felices; sin darnos cuenta de que la posibilidad es algo enorme que siempre va a estar, aún si las cosas parecen salir como queremos. Y lloramos, pataleamos y nos sentimos morir cada día un poquito más, por el miedo que tenemos a que las cosas no sean como queremos.
¿Recordás alguna vez en tu vida que las cosas hayan sido enteramente como quisiste que fueran? Porque yo, sinceramente, no. Pero sí recuerdo millones de cosas hermosas que viví y sé que voy a vivir muchas más. Y sí, fue un chubasco asqueroso que pasó por mi vida y así como llegó, decidió irse; nada fue como yo lo quería, pero al momento de recordarla sólo sé que la ame, más de lo que me gustaría admitir, y que disfruté lo poco de su piel que pude probar. Creo que así es la vida, algo que pasa, nunca de la manera en que lo soñamos y por eso sufrimos, por encadenarnos a los sueños y no ver la belleza del presente.